Por Fabiana Ramirez
Con traje verde y su infaltable bombín negro, sale al escenario y el Luna Park repleto estalla. De fondo se lee Buenos Aires. Joaquín Sabina sabe encantar al público porteño, que creció con él y en promedio tiene “cuarenta y diez”, pero vuelven 15 y hasta 20 años atrás durante dos horas y media coreando sin parar las canciones más entrañables del cantautor.
A mis cincuenta y diez, cincuenta y quince dicen que aparento.
Impecable de voz, de semblante y de humor, bromea sobre su flamante título de Huésped de honor de la Ciudad de Buenos Aires: “Huésped de honor… les tuve que decir la verdad, que yo no soy huésped, que soy porteño”. También habló de su «doble nacionalidad» durante el Mundial, que le hizo sufrir menos la «merecida derrota» de la selección española.
El Luna desborda, y él aprovecha para echar mano a una humildad exagerada, que sabe va a ser respondida con una ovación a su favor: “Yo pensé que venían por Serrat… me sacaría un selfie para decirle jódete”.
Este disco lo grabé en noches insomnes e interminables, las últimas de mi juventud.
El recorrido por “19 días y 500 noches”, el decimocuarto y amado álbum de Joaquín, lleva al público a un paseo entre pasiones variadas. Amores, desamores, crímenes y humor, que terminan en risas cómplices cuando en “Pero que hermosas eran” agrega a la cuarta esposa: “Mi primer y último amor” que finalmente “se quedó”.
Todo el show va acompañado de los dibujos del propio Joaquín, que ilustran las canciones a su manera y se vuelven totalmente porteños con el colectivo entre filigranas que va de González Catán a La Boca en “Dieguitos y Mafaldas”.
También hay tiempo para repasar y que todos coreen otros clásicos de Sabina, desde fragmentos de “Calle Melancolía”, la favorita “Y sin embargo” o la tan porteña “Con la frente marchita” donde cambia El Rastro por San Telmo.
Joaquín no está solo
Generoso como siempre con una banda que no le falla ni en un compás, todos tienen tiempo de lucirse.
Con una kilt que necesariamente llama la atención, Josemi Sagasti cambia flauta, percusión, clarinete y etcéteras y la rompe, sobre todo cuando en “Con la frente marchita” reemplaza el bandoneón con un saxo impecable.
Aquí, con verdaderos compañeros. Ellos lo son.
Jaime Asúa la rockea en su momento solista con una versión potente de “El caso de la rubia platino”.
Bella, con una voz joven y fresca, sexy, despampanante y con toda la picardía andaluza, Mara Barros acompaña irreverente en los coros y la percusión hasta que llegan dos de sus momentos clave: cuando enamora en como la más señora de todas las putas en “Canción para la Magdalena” y deja al público boquiabierto como solista en “La canción de las noches perdidas” .
Tímido tras el blindaje de su batería, Pedro Barceló parece que quiere pasar desapercibido, pero los más de 40 años
con los palillos (arrancó a los 10) se notan durante las dos horas y media de concierto.
Están conmigo algunos de ellos desde el principio, el principio del proceso desde la composición de las canciones, y además los cabrones cantan mejor que yo.
Y, obviamente, los imprescindibles: Antonio García de Diego y Pancho Varona. El ancho de Basto y el ancho de Espadas. Ellos dicen que no serían lo que son sin Joaquín Sabina. Los aplausos y ovaciones del Luna Park les demuestran lo contrario.
De pie, el público pretende un tercer bis. Finalmente se va, satisfecho.
Nos dijimos adiós, ojalá que volvamos a vernos.
Omitir
