Una voz que suena a ultratumba, enmarcada en acordes imposibles y un lenguaje por crear. Robert Johnson sintetizó cómo pocos músicos la necesidad imperante por crear y exponer; Su trascendencia, canalizada en el blues eléctrico de Chicaco y rescatada a través de la british invasion de los ’60, lo convirtió en mito cuando su leyenda aún se contaba por lo bajo. A 110 años de su nacimiento, repasamos la vida de un bluesman adelantado a su tiempo.
Nació el 8 de mayo en Hazlehurst, Misisisipi, en el seno de una familia de buen pasar que tuvo que emigrar de su ciudad natal por el racismo. Fruto de un romance pasajero, creció con el apellido Spencer -la pareja de su madre- hasta que a los 17 años descubrió la verdad y comenzó a utilizar el nombre que le daría trascendencia.
De chico mostró aptitudes para la música, tocando el arpa y la armónica, hasta que la guitarra se impuso. Comenzó tocando en los descansos de su trabajo en el campo de algodón familiar hasta que se decidió a probar suerte en los bares locales. El blues, una expresión definidamente negra en la época, encontraba en sus trovadores una voz de liberación y divertimento. Johnson pasó a ganarse la vida como un entretenedor, pueblo a pueblo, a lo largo del delta del Misisisipi.
Su encuentro con el diablo
Los documentos del momento -sumados al boca en boca- dan cuenta de que Johnson no tenía un gran talento durante sus años formativos e incluso era objeto de burlas de otros bluseros icónicos como Son House y Charlie Patton. Se casó en 1929 por primera vez y estaba esperando un hijo cuando, tras salir a ganarse la vida en esquinas y bares, regresó a su pueblo y encontró que su esposa y primogénito habían muerto durante el parto. La tragedia personal se convirtió en un punto bisagra en su vida y carrera.
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El bluesman desapareció durante seis meses y cuando volvió a surgir en la escena era un hombre distinto, dotado de un talento extraordinario para tocar la guitarra y una voz tan característica que hacía temblar cimientos. La historia, contada a través de los años por compadres y fanáticos, marcan que el músico tuvo un encuentro con el diablo en la intersección de las rutas 61 y 49 en Clarksdale, Misisisipi. Allí hizo un pacto: su alma a cambio de convertirse en un blusero inigualable. El lugar continúa siendo lugar de peregrinaje de fanáticos de todo el mundo.
Sus composiciones se volvieron más oscuras, su voz más grave (casi fantasmal) y las reminiscencias a la vida en la ruta y la presencia de un ser superior (y nada bueno) una constante en sus (escasas) canciones.
De Johnson se conocen solo 29 canciones, grabadas en dos sesiones distintas, comprendidas entre 1936 y 1937, y llevadas adelante en la habitación de un hotel en San Antonio y, meses más tarde, en un estudio en Dallas. La diferencia de calidad entre grabaciones es notoria, aunque ambas conservan un halo inquietantemente hermoso.
El fundador del “Club de los 27″
Johnson murió el 16 de agosto de 1938 y, como casi como toda su vida, las circunstancias alrededor del hecho son erráticas y varían según quien cuente la historia. Su certificado de defunción fue encontrado por un musicólogo más de 30 después del suceso y describe que un “hombre negro fue hallado cerca de una granja en Greenwood” y se decidió no realizarle una autopsia al cuerpo.
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La leyenda de mayor circulación es que murió envenenado por un marido celoso después de que su esposa lo engañara con el músico. El asesino habría puesto estricnina en la habitual botella de whisky que solía consumar. Otra teoría dice que habría muerto de sífilis. Existen tres tumbas del blusero y se estima que ninguna es real, sino que su cuerpo fue arrojado a una fosa común cerca del lugar de su muerte.
Johnson tenía apenas 27 años y se convertiría, involuntariamente, en el miembro fundador del trágico “Club de los 27”, dedicado a músico muertos en circunstancias trágicas esa edad, como Kurt Cobain, Jim Morrison, Amy Winehouse y Jimi Hendrix, entre otros.
La fuerza de su legado
Su catálogo e influencia se vio reflejada con fuerza en las huestes rockeras británicas de los ’60. Músicos como Eric Clapton (quien alguna vez dijo que Johnson fue el músico más importante de la historia), Led Zeppelin y Los Rolling Stones le rindieron pleitesía y difundieron sus canciones.
Clapton grabó una versión de “Ramblin’ On My Mind” junto a John Mayall en 1966, poco antes de que apareciera la famosa pintada “Clapton es Dios” en las calles de Londres. Cuando formó el supergrupo Cream en 1967, grabó “Crossroad Blues”en Wheels On Fire y su festival de blues anual lleva el nombre “Crossroads”, en honor al blusero.
Pocas bandas adaptaron el blues como Los Rolling Stones. Formados por Brian Jones (otro miembro del Club de los 27), sus primeros álbumes tienen una influencia directa del trademark de Johnson e incluso convirtieron “Stop Breaking Down” y “Love in Vain” en fijas de sus shows en vivo en los ’70. Keith Richards, sin embargo, se negó a tocar “Love in Vain” en su clave original porque “no tiene sentido tratar de copiar su estilo o sus formas”.
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