Después del fallido show de Nathy Peluso en Sevilla, que duró 30 segundos antes de tener que ser suspendido, en La Viola nos preguntamos qué banda ostenta el récord por el recital más corto de la historia y el resultado nos lleva a revisitar la carrera de una de las bandas más influyentes de los últimos 30 años.
Para lo que terminaría siendo su última gira como banda, The White Stripes encararon para Canadá con el objetivo de recorrer todo el país e ir alternando entre shows grandes y pequeños pop up en distintos pueblos del país. Una noche podían estar tocando ante 10 mil personas y, al mediodía siguiente, para 15 señores grandes en un local de bolos. La dinámica de lo impensado rigió un tour que acabó por convertirse en historia.
La banda llegaba al norte en el pico de su popularidad. A partir del lanzamiento de White Blood Cells en 2001, su fama mundial había escalado a puntos insospechados para un dúo de garage blues deforme, que pesaba con una identidad propia y un estilo único que los hacía irresistibles para los oídos de críticos y fanáticos. Tenían hits, tenían onda y tenían actitud para pararse en un escenario gigante o en un antro como si no terminaran de registrar el legado enorme que estaban construyendo. Jack White se había convertido en un Willy Wonka musical, entre lo salvaje y lo sensible, para darle forma a su ideario estético.
Aterrizaron en Canadá a mediados de junio para presentar Icky Thump, un disco donde barajaban un nuevo sonido y que terminaría por convertirse en el epitafio de su carrera. Tras un mes de shows, el último pop up -gratuito- fue anunciado como el cierre de la gira. Jack y Meg White se dirigieron hacia la calle George y ante cientos de fanáticos tomaron el escenario, se pusieron en posición y tocaron una sola nota: Do sostenido. El sonido duró apenas un segundo, un estruendo. La banda reverenció ante el público, White dio un discurso improvisado de doce palabras y se volvieron a subir al auto.
“Miré a Meg mientras salíamos del coche y le dije: ‘Asegúrate de agarrar tu platillo; cuando toques el platillo, agarralo para que la nota solo dure un milisegundo”, contó White en una entrevista años después. La escena quedó registrada en la excelente película Under Great White Northern Lights, que documenta los últimos (y angustiantes) momentos de una de las bandas que formó el gusto musical de una generación.
Tras concluir la gira por Canadá, el grupo regresó a Estados Unidos para dar apenas un puñado de shows -incluido un sold out en el Madison Square Garden- mientras la relación entre Jack y Meg se terminaba en un lento fade out. Solo volvieron a mostrarse juntos en 2009, en la despedida del programa de Conan O`Brien, donde cantaron ‘We’re going to be friends” sin su ropa característica y en una de sus actuaciones más emotivas. White volcó todas sus obsesiones y musicalidad en su proyecto solista y se convirtió en el abanderado del formato (vinilo) para una nueva generación: Meg nunca volvió a mostrarse en público ni lanzó nuevas canciones.
La disputa con El Libro Record de los Guinness
En una de las peleas más bizarras de la historia del rock, Jack White trató de incluir el recital en el Libro de los Record Guinness, pero su solicitud fue rechazada. Se quejó airadamente de la decisión y trató de elitistas a la organización: “No hay nada científico en lo que hacen. Simplemente tienen una oficina llena de personas que deciden qué es un record y qué no”.
La organización le respondió con un duro comunicado publicado en la revista NME: “Posteriormente a esta aparición, recibimos un gran volumen de solicitudes de bandas e intérpretes que buscaban batir este récord. La naturaleza de competir para hacer algo ‘más corto’ por su propia naturaleza trivializa la actividad que se lleva a cabo, y Guinness World Records se ha visto obligado a rechazar muchas afirmaciones de este tipo. Como tal, nos hemos visto obligados a dejar de incluir registros de la canción más corta, el poema más corto y, de hecho, el concierto más corto”.
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