Durante décadas, Keith Richards encabezó el listado de “rockeros con más posibilidades de morir este año” pero el guitarrista de Los Rolling Stones nunca miró tan de cerca a la parca como en 2006, cuando tuvo un accidente en Fiji y tuvo que ser operado de urgencia por un hematoma intracerebral que casi le cuesta la vida.
La historia es recurrente, conocida y se cuenta con gracia (y con muchos errores). Se repite que se cayó de una palmera bajo los efectos de alguna sustancia pero realidad es que estaba descansando en una rama con su amigo Ron Wood al lado y esperando que sus respectivas esposas terminaran de preparar un picnic en la isla privada que habían alquilado.
“Ronnie y yo nos fuimos a dar un baño en el mar y, al salir, él se acostó en una hamaca y yo lo hice en la rama horizontal de un arbolito; Cuando escuché ‘a comer’ tuve la intención de agarrarme de otra rama y me dejo caer suavemente”, comenzó su relato en “Vida”, su laureada autobiografía editada en 2010. “Me olvidé de que tenía las manos mojadas y llenas de arena; me resbalé, caí sobre mis talones y la cabeza se me fue para atrás y pegó contra el tronco del árbol. Duro”.
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Richards contó que en el momento no notó nada extraño pero que dos días después, en medio de una excursión en barco, una ola lo volteó contra un asiento y sintió que algo estaba mal. “Con el golpe de la rama me fracturé el cráneo, y podría haber seguido así durante meses hasta que me lo descubrieran o me matase; El segundo golpe hizo evidente que había un problema”. Esa noche, Richards se tomó un par de aspirinas por el dolor de cabeza y agravó su cuadro licuando su sangre.
Tras despertarse con un ataque de tos, su esposa Pattie se puso en marcha y lo trasladó hacia un hospital de la isla, donde le dijeron que debían derivarlo a Nueva Zelanda por la gravedad del golpe. “Ese fue el peor vuelo de mi vida porque me pusieron un chaleco de fuerza y me ataron a una camilla”, rememoró.
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En Nueva Zelanda lo atendió el neurocirujano Andre Law -”menos mal que era fanático mío”- quien durante quince días no solo lo operó para extraerle el coágulo (después de que el guitarrista se negara a un nuevo traslado a hospitales más preparados en Nueva York) sino que le realizó todos los chequeos hasta lograr salvarle la vida. Los Stones terminarían añadiendo al doctor a su nómina de empleados permanentes y Richards lo acogió en el seno de su familia como un miembro más.
Al momento del accidente, la banda estaba inmersa en el tour A Bigger Bang -que había pasado por Argentina a finales de febrero de ese año- y aunque los promotores y aseguradores certificaban que Richards debía guardar reposo por seis meses, él se aseguró de que su operación no interfiriera con la dinámica de la banda. Seis semanas después estaba arriba de un escenario en Milán. “Era lo que necesitaba, estaba listo”.
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